EL DIABLO EN EL CERRO DE GULUTREN

(Adaptación del texto aparecido en Antología de Leyendas y Tradiciones de Alfonso Calderón, quien a su vez lo extrajo del libro Leyendas Chilenas de Antonio Acevedo Hernández).

Peumo es una hermosa comuna del centro de Chile que se asoma a través de corolas, follajes y perfumes de quillayes, boldos y peumos. Cercanas viñas derraman sobre el pueblo sus caldos embriagantes y alegradores; naranjas como grandes esferas de oro le dan su dulzura ácida como la vida, y paltos dan la bienvenida al viajero.

Historias de galanterías y de terrores solían decirse en silencio en las noches en que el brasero lucía sus ascuas cálidas; muchas de ellas se reciben con sonrisas que no logran ocultar ciertos estremecimientos. Ahora les contaré una historia que hasta el día de hoy se escucha en Peumo y más aún es posible ver evidencia de su veracidad. Historia en la que entran el mismísimo Diablo, ¡sí, como lo escuchas! siempre está el Diablo metiendo la cola en sitio que debía de respetar, pero él es así.

Bien, el escenario principal es el hermoso cerro de Gulutren, primogénito de una cadena de suaves colinas dibujadas por el tiempo y situada al norte del pueblo. Allí se detenía precisamente el Diablo cuando caía por Peumo para realizar alguna de sus picantes travesuras. Deben saber también, mis queridos lectores, que el diablo esta leyenda era en principio un típico personaje de Peumo, es decir, lo era hasta el día en que los buenos curas, en razón de santidad lo arrojaron de sus canchas.

En esa época, el Diablo vestía como el mejor huaso, se presentaba montando un caballo renegrido, corría en los rodeos, bailaba cueca con las chicas despreocupadas que allí no faltaban y hasta hacía pallas. En las únicas partes donde no se vio fue en los velorios de angelitos y en la sagrada misa. No le gustaban las campanas ni la cruces.

Tenía una gran predilección por el juego de la rayuela, bajaba a practicar ese deporte y se le conocía porque no permitía que a la raya le pusieran cruces. Cuando los rotos peuminos comenzaron a notar que con ése símbolo fallaba, le hacían cruces en cualquier parte evitando así que el tejo cayera eternamente en la quemada como siempre sucedía, hasta que un buen día el Diablo, aburrido de la trampas con cruces que le hacían los peuminos, resolvió jugar solo, y aquí entra el lindo cerro de Gulutrén y también las lindas monjitas que en aquella época vivían junto a la iglesia de Peumo y acompañaban a un cura de apellido López.

Era éste varón un verdadero cura de almas, enemigo jurado del demonio con todas sus tentaciones y bien armado para la lucha, dicen que estaba siempre en guardia, y tenía razones de sobra; el pícaro hombre de los infiernos le metía diariamente la gente a las tabernas dejándolo vacía la iglesia. Además, obligaba a esconderse en diversos sitios coposos a la inmensa mayoría de las mujeres de razón y sinrazón que en el pueblo vivían, incluso llegó a decirse que los matorrales suspiraban.

El caso es que en ésa época en Peumo la población crecía y los matrimonios prosperaban en bienestar de las buenas familias. Pero al poco andar, y como si fueran pocas las andanzas de belcebú, las monjitas seguramente perturbadas por sus influencias, entonaron varias veces en el día y en pleno claustro las cuecas más atrevidas, que sin duda, las entonaba el mismísimo Diablo a través de sus santos labios, ya que estaba probado que las lindas y santas mujeres nunca las cantaron y que es posible que ni las supieran pues era notorio que jamás habían tenido contacto con el mundo donde domina el pecado.

Sin embargo aún faltaba más, pues el Diablo llegó al colmo de la impertinencia el día en que escondió a las monjitas. Aquella mañana, el santo cura Lopez no las encontró en la iglesia haciendo su oración habitual, preocupado las buscó en sus habitaciones pero tampoco las encontró. De pronto miró al cielo y grande fue su sorpresa cuando descubrió que las monjitas estaban sobre el techo de la iglesia y no sabían cómo bajar.

Le dijeron:

-Subimos al techo sin saber cómo. Estaba bonita la noche.

Sentimos un calor violento, raro y unos deseos grandes de marchar a ver cosas desconocidas… Creíamos que dejar la habitación no era pecado, luego miramos a lo alto de la iglesia y pensamos:

“Estaríamos bien allá arriba”, y de repente nos sentimos arrastradas por una brisa que parecía tener manos y llegamos hasta acá arriba pero luego no pudimos bajar.

Muy enojado el cura López, que conocía bien a sus monjitas; lo que hizo fue bajarlas con ayuda de una larga escalera y bendecirlas. El estaba seguro y convencido de que el autor de broma tan pesada no podía haber sido otro que el Garrudo, que era como llamaba él al Diablo. Luego se aseguró que las monjitas no pudieran ser sacadas nuevamente de sus habitaciones, las mandó a que hicieran penitencias y a que pensaran sobre lo que les había sucedido, pues recién ahí quedó tranquilo.

El pobre señor López no conocía bien al malulo, y fue así como un día cualquiera, y a pesar de estar las monjitas bajo siete llaves y de la penitencia que tuvieron que realizar, ellas amanecieron en la cima del cerro de Gulutrén, y dicen las malas lenguas de Peumo que todo lo saben que esa noche en el cerro Gulutrén algo extraordinario les sucedió a las monjitas sin ellas darse cuenta. Había una luna llena, infinita, y la pradera y la cima y el río Cachapoal y la arboleda exhalaban polen.

El cura estaba desesperado y no era para menos, era humano y nada hay que haga sangrar tanto como la burla, por lo menos así lo dicen los que saben. Cuentan que el cerro lanzaba carcajadas tremendas y tan terroríficas que lo estremecían.

Toda la culpa la tenían sin duda los peuminos, que por su afán de ganar ilegalmente haciéndole cruces y tratando de engañar al Diablo, él ahora estaba haciendo maldades con su rebaño de santas mujeres de Dios. Siendo que antes se entretenía jugando a la rayuela y no hacía maldades como las que el santo cura lamentaba.

Dicen que el Diablo, cuando se hacía pasar por peumino era conocido por el nombre de José Arnero, y que ese tal José para no perder su afición a la rayuela, jugaba solo en el cerro, pero no en el mismo cerro. Desde la cumbre tiraba los tejos y ponía por raya el río Cachapoal, pero luego -porque le molestaba mojarse- cambió la raya y la puso en una pequeña colina al otro lado del río en un sector llamado Larmahue.

Quien dude lo que estoy diciendo puede ir a esos sitios y allí encontrará medio hundidos en la tierra los gigantescos tejos, los que pasaban cada uno por lo menos una tonelada… El sitio preciso donde estaba la raya es el Peñón de Larmahue, y a quien allí se dirija, los pobladores cordiales y algo amigos del Garrudo le darán todos los pormenores que hacen de esta leyenda una insospechable realidad.

Diablo cerro gulutren

Como ya era conocido por todos que al Diablo no le gustaban las cruces, el cura López mandó a alguno de sus fieles a enterrar una cruz de madera que había en la iglesia y que él mismo había bendecido. Pensó que de ésta manera Satanás se alejaría de los terrenos peuminos. Una mañana partió un grupo personas a pie a la cima del Gulut´rn cargando la cruz que no pesaba mucho, después de un rato la dejaron instalada firme y bien puesta, por lo que decidieron bajar conformes con su trabajo y dieron cuenta de ello a su cura. Pero al día siguiente se hablaba en todo el pueblo que la pequeña cruz había ardido durante la noche y que había sido el propio Diablo quien la había quemado hasta transformarla en un montón de cenizas, se dice también que se escucharon fuertes risas provenientes del cerro como burlándose por el intento de ahuyentarlo.

El cura López no resistió más, y al poco tiempo habló muy conmovido al corazón de los fieles que aún le quedaban en Peumo y levantó una suscripción voluntaria, en la que todos deberían cooperar con lo que pudieran. El dinero se emplearía en el santo objeto de levantar una gran y robusta cruz de madera en la cima del cerro Gulutren que no pudiera ser destruida fácilmente como su predecesora, además cada uno de los fieles que subiera al cerro el día de la inauguración de la primera piedra debía llevar un ladrillo para construir una gran base a la cruz que le daría aún mayor firmeza.

Finalmente se construyó una cruz de doce metros de altitud, el cura López estaba orgulloso del fervor de los buenos feligreses que aún quedaban en Peumo. En efecto todo estuvo bien y durante un buen tiempo no se volvió a alterar la tranquilidad del pueblo y sus habitantes; pero Dios, que amaba al cura López, había dispuesto que sufriera.

Pasado los meses, una mañana algunos peuminos alertaron que la cruz había amanecido cortada, tal vez por el serrucho infernal, pero lo cierto es que nada se supo de los hechores. Pero como Peumo es pueblo chico, muchas personas decían que un grupo de personas del pueblo la habían cortado por instrucciones del mismo Diablo, quien les había pagado suculentas sumas de dinero para derribar aquel símbolo.

Años más tarde se fue o se murió el cura López, no se sabe con certeza, y el pueblo volvió a su ritmo de despreocupación pecaminosa. Pero al tiempo que partió López que era un ferviente hombre de Dios, llegó el cura don Eliseo Fernández Hidalgo quien era enérgico y un avezado en la pelea con el cachudo. Fue él que, inspirado en los intentos del cura López tuvo la idea de poner en el mismo lugar una monumental cruz, pero de fierro, un material que no podría ser quemado o cortado fácilmente. Al principio fue tratado de loco y su proyecto, de imposible y descabellado, pero al final pudo convencer a muchos peuminos de distintos credos religiosos hasta conseguir que se iniciaran los preparativos de la obra. Al igual que su predecesora de madera, la nueva cruz tendría de 12 metros de alto y una robusta base de concreto. Cada familia peumina colaboró con dinero, materiales y mano de obra y a lomo de mulas y caballos, con la ayuda de voluntariosos peuminos fueron llevadas a la cima del cerro las partes de metal que formaría la nueva e indestructible cruz, así pronto la obra estuvo terminada; muchos decía que era hermosísima, sin embargo lo más importante eraque estaba ahllí para alejar de las tierras peuminas y de su gente al Diablo, que no hacía más que llevar al pecado al pueblo..

La buena gente de Peumo asegura que jamás se oyó hablar en el pueblo del monarca del infierno, pero es posible que las frondas y los matorrales aún sigan suspirando.

Ahora el pueblo está tranquilo, pues ya no se juega chueco a la rayuela, ni salen la candelilla, ni la lola; pero yo me atrevo a asegurar que todavía reina el miedo.

-Los que no se han ido -me lo dijo en secreto un habitante-, son los chonchones ni los que ponen esa gracia tan grande al vino que no podemos dejar de consumir. Y yo me he quedado pensando que tal vez el Diablo es ahora viñatero y fabricante de vinos. ¿Quién sabe?.